He de confesar que cuando veo algunos anuncios de televisión experimento, entre otras cosas, una especie de desconsuelo porque paréceme que soy yo la protagonista del mismo y me meto demasiado en el papel, hasta llegar a sentir lo que supongo debe estar experimentando la persona en cuestión. Tal es el caso de las modelos súper esmirriadas, que en su vida se han comido algo insano, y de pronto las ves promoviendo el consumo de unas papas fritas, grasientas y repletas de químicos. Ellas, por más que intentan parecer naturales, en estado de deleite por lo que van a consumir, en realidad tienen una cierta mueca oculta que expresa todo el horror que sienten por la papa en cuestión. En ese momento tengo lástima de ellas, de su sufrimiento, quisiera poder quitarles la golosina y comérmela yo, que soy una gorda que no hace ascos de nada, y de ese modo finiquitar el asunto con cierto donaire.
Vivimos una época en que la apariencia física está por encima de todo para un mayor porciento de la población, sobre todo para las féminas. A veces queremos engañarnos a nosotros mismos y decimos a los demás que queremos estar delgados porque de ese modo somos más saludables; pero la realidad es que, salvo excepciones, corremos detrás de la belleza sin celulitis ni rollitos (que son feos, hay que reconocerlo) porque le rendimos un culto excesivo al Dios "Físico perfecto". Creo que, de alguna manera, quizás sin saberlo, buscamos tener un mayor valor de uso en el mercado de las tonterías, porque estas fruslerías han pasado a ser el eje, el centro de nuestra felicidad materialista. Por eso ocupamos mucho tiempo y recursos en pro de ser la m@s bell@, la m@s desead@, la mamasota o el papasote.
Y no es que sea malo desear la belleza física, el problema es cuando se convierte en obsesión silicónica, de escaparate y lentillas, cuando se transforma en lo más importante de nuestro día a día. Hace poco tiempo, cuando murieran de forma trágica nuestra estimada Jenni Rivera y su equipo, quedé tan impactada con la certeza de que sólo bastaron 22 segundos para hacer la diferencia entre la vida y la muerte, que he querido reiterar con este escrito, una vez más (v.r), mi compromiso con la vida, la verdadera, la de los valores, la de las virtudes, la de los hechos que te preceden, la única que vale la pena ser vivida; y esa, no tiene nada que ver con la apariencia física, sino con el corazón,con los sentimientos y los actos que vindicarán tu valía por siempre.
Vivimos una época en que la apariencia física está por encima de todo para un mayor porciento de la población, sobre todo para las féminas. A veces queremos engañarnos a nosotros mismos y decimos a los demás que queremos estar delgados porque de ese modo somos más saludables; pero la realidad es que, salvo excepciones, corremos detrás de la belleza sin celulitis ni rollitos (que son feos, hay que reconocerlo) porque le rendimos un culto excesivo al Dios "Físico perfecto". Creo que, de alguna manera, quizás sin saberlo, buscamos tener un mayor valor de uso en el mercado de las tonterías, porque estas fruslerías han pasado a ser el eje, el centro de nuestra felicidad materialista. Por eso ocupamos mucho tiempo y recursos en pro de ser la m@s bell@, la m@s desead@, la mamasota o el papasote.
Y no es que sea malo desear la belleza física, el problema es cuando se convierte en obsesión silicónica, de escaparate y lentillas, cuando se transforma en lo más importante de nuestro día a día. Hace poco tiempo, cuando murieran de forma trágica nuestra estimada Jenni Rivera y su equipo, quedé tan impactada con la certeza de que sólo bastaron 22 segundos para hacer la diferencia entre la vida y la muerte, que he querido reiterar con este escrito, una vez más (v.r), mi compromiso con la vida, la verdadera, la de los valores, la de las virtudes, la de los hechos que te preceden, la única que vale la pena ser vivida; y esa, no tiene nada que ver con la apariencia física, sino con el corazón,con los sentimientos y los actos que vindicarán tu valía por siempre.