miércoles, 22 de agosto de 2012

Se alquila.


VIENTRE ALQUILADO

AUTOR: MARITZA GOMEZ CRUZ.

A Rebeca el orfanato y sus múltiples retos la transformaron en una fortaleza, dándole crédito  al viejo proverbio que reza que aquello que no te mata, te hace más fuerte. La dejaron olvidada a los pies de la Madonna, en la pequeña iglesia del pueblo, y el cura se ocupó de llevarla adonde correspondía. Allí, no por mala intención, sino por carencia de recursos, personal y deseos se crió a la deriva, entre muchos como ella, pequeños salvajes mal nutridos y peor vestidos que aprendieron a conseguir lo que querían de sus compañeros de infortunio, a fuerza de puñetazos. A Rebeca, el haber salido de alta estatura y una incipiente predisposición a la  gordura, le favoreció, pues  sus golpes eran más limpios y contundentes que los de otros, y de ese modo pudo imponerse al resto de la desamparada población de huérfanos, que le llegó a prodigar un respeto rayano en devoción. Con el tiempo comenzaron a llamarla señorita Beca, pues el tratamiento fue lo más parecido a la pleitesia que entresacaron de sus repertorios y las telarañas de la falta de instrucción. Rebeca creció fuerte, poco amistosa, adusta, sin asomo de ternura en los ojos redondos, negros y fríos, pero muy trabajadora. Desde que pudo abandonó el orfanato y se mantuvo por su cuenta y riesgo: plantaba tomates, limpiaba patios, cargaba cajas y podía, en un solo día, realizar el aseo de cinco casas y permanecer  fresca por la noche, cuando se tomaba dos cervezas bien frías.

Limpiaba un patio cuando sus mejillas como el melocotón maduro y su férrea estampa de campesina sana llamaron la atención de un esmirriado matrimonio holandés, a quienes les urgía tener descendencia, pero no conseguían que ningún hijo llegara más allá de los dos meses de gestación, sin que se salieran por falta de asidero a aquellas minúsculas caderas,en el  vientre traslúcido de la holandesa. Pensado y hecho: le propusieron a Rebeca, por una muy razonable cantidad, que fungiera de vientre de alquiler, y ella, después de echar cálculos con los dedos por más de media hora, aceptó. Pasó los nueve meses del embarazo mimada, custodiada y asediada por los enclenques esposos, y cuando llegó el esperado día parió un chico, parecido a sus progenitores, pero robusto a fuerza de haberse criado en aquel vientre colosal, poderoso, del que lo mismo salía un niño que un ejército, La señorita Beca se lo puso al pecho, con la misma naturalidad que empuñaba el azadón, y entonces fue que se le trastorno el mundo. A medida que la leche fluía, pródiga como su dueña, sintió que se venía abajo todo ese universo de lágrimas ocultas en las reminiscencias de un pasado lóbrego, y a punto estuvo el crío de zozobrar en aquella marea salina y transparente que se confundía con la leche sobrante que le salía por los morros. Cuando hubo despeñado, barranco abajo, todo el caudal de tristeza y desamor que habían sido como guardianes secretos de su corazón, ajeno a cualquier manifestación de los sentimientos, se levantó, apartó de un zarpazo a los consternados padres del bebé y se marchó, sin que pudieran hacer algo para detenerla, hacia donde salía el Sol


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