sábado, 25 de agosto de 2012

EDUVIGES

 AUTOR: MARITZA GOMEZ CRUZ

El padre de Eduviges resultó ser un sangrón. Algunas experiencias con las mujeres de su familia lo hicieron desconfiado, y en un titánico esfuerzo por librar a su hija de dolores innecesarios, fue apartando cada pretendiente que le salió a la joven. Con el tiempo se volvió cada vez más egoísta, ya no se trataba del objetivo primario, sino de algo más ruin aún, esto es, su propina necesidad de una enfermera gratis. Día y noche la joven atendía incansable a los múltiples reclamos del vejete, con el mismo rostro impasible con que se sacudía la nariz. A todos les extrañaba que no quejara, algunos quisieron ver en esta suerte de resignación alguna tara que hacía de la joven una tonta sin remedio. Pero lo cierto es que Eduviges se mantuvo igual todos los años que duró su padre, que fueron muchos, y lo llevó a enterrar con la misma parsimonia con que hacía todo, el pelo atado en un revoltijo de canas y con la delicadeza acostumbrada.

Cuando Eduviges tenía dieciseis años conoció a Rafael en la bodega de la esquina, y a la semana tuvo sus primeras experiencias sexuales con él. La chica resultó  ser tan fogosa que éste salió volando a los pocos meses, y no se le volvió a ver. Luego fue otro, y otro...Con el tiempo, la fama de buena amante de la chica llegó a  los oídos adecuados y fue pasando de boca en boca a todos los chicos urgidos de amor del pueblo, lo que la constituyó en una especie de meretriz de Pulguero, dispuesta a dar lecciones y pasión por el módico precio del riesgo que significaban. Perdió la cuenta de cuántos amantes probaron  sus brazos y los latigazos de los muelles del viejo colchón que tenía cerca de los corrales, bien oculto por las hojas del platanal, y que le permitía a la ardiente joven ejecutar su danza amorosa con el amante de turno, a la par que el corazón le palpitaba de regocijo vengativo, y los ojos le hacían moriquetas al padre, que no lejos de allí tomaba el apacible sol de los justos.

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