Fui yo quién lo mató, pero eso nunca lo sabrán. El hombre había acumulado algunos enemigos, y para la policía no iba a resultar fácil descubrir a su o sus asesinos. Era un hombre muy importante, un senador, no se podría dejar el asunto de lado, la opinión pública no lo permitiría.Para la mayoría de la población pasaba por ciudadano probo, sin tacha. Sólo algunos sabíamos el verdadero talante del individuo. Su esposa, por ejemplo, había pasado por tantas humillaciones, que más que esposa era su conejillo de Indias; los ojos delataban el odio que le carcomía el alma, pero andaba con ellos gachos, por miedo al suplicio sin salida.Sus hijos era criaturas fugaces, escondidas en cualquier rincón de la casa que les permitiera evadir la crueldad del progenitor. Al chofer, por pura maldad, le retrasaba los salarios, se los menguaba o le cobraba impuestos inventados. Su secretario era un ente sin voluntad, que entre otras cosas tenía que aceptar que el senador fornicara con su esposa, una egipcia con aires de faraona que sacó de un burdel de París, y que se veía obligada a acatar los deseos del sátrapa, por miedo a que se hiciera pública su historia de meretriz. A los guardaespaldas los consideraba perros, que con uno u otro hueso se conformaban y a quienes no daba (por el puro placer de no dar) ni los buenos días. El hombre había logrado sembrar el terror de tal modo entre sus lacayos, que jamás se podría haber supuesto el atrevimiento de un asesinato en víctimas de un miedo superior a todo lo razonable. De ahí que el día que apareciera como fulminado por un rayo, al principio no se sospechara de un crimen, y sólo después de que el forense dictaminara que "alguien" debió provocarle el deceso,( pues en modo alguno se había producido de forma natural, aunque él ignoraba el modus operandi) fue que comenzaron unas investigaciones que jamás conducirían a nada.
Y eso sólo lo sabía yo, su conciencia, que harta de sus muchas felonías le había susurrado palabras de muerte al oído.
Y eso sólo lo sabía yo, su conciencia, que harta de sus muchas felonías le había susurrado palabras de muerte al oído.
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