No puede evitar que el sudor la consuma de pies a cabeza. Cada poro de su piel le susurra con voz perentoria que debe tomar de una vez por todas la decisión que pondrá fin a sus angustias: un simple movimiento, una oscilación del pie y todo habrá acabado. Parpadea y traga en seco buscando la serenidad que no tiene, a pesar de la resolución que le agudiza la mirada y le ensancha la frente. Sabe que no hay marcha atrás, reconoce el karma del momento en la película que se la ha asentado en la cabeza, esa que recoge todos sus miedos, los momentos de debilidad, las burlas de los muchachos del barrio y su propio desprecio interior por la mediocridad de los afanes que la han roído, como si de queso se tratara...Se alisa la falda: no hay marcha atrás, ya no puede ni quiere dejarlo para después. Cada minuto que pasa es como un taladro acercándose al centro de su corazón, haciédolo latir como tambor de comparsa y sembrando de una confusión mareante su estómago, que de tan quebrado se desvanece y desiste, se deshace en un montón de burbujas ardientes que suben sin misericordia hasta la garganta y la obligan a convertirse en máscara desfigurada de sí misma. Toma posición, con el alma caída cual ángel arrepentido...ya está, un simple movimiento del pie...uno, dos, tres, adelante, adelante, no te detengas, sigue....en su oídos retumban las esquirlas de miedos fragmentados, de mediastintas inequívocas. La cabeza es un huracán en marcha que la vapulea...adelante, adelante, ahí viene, una simple oscilación del pie y todo habrá acabado....Crashhhhhhh!!
Aún no lo cree, pero a sus pies, del todo despanzurrada, yace la cucaracha.
Aún no lo cree, pero a sus pies, del todo despanzurrada, yace la cucaracha.
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