domingo, 6 de enero de 2013

Frutos del subdesarrollo

Por Maritza Gómez Cruz.

Mientras vivía en República Dominicana viajé varias veces a Cuba con el objetivo de ver a mi familia, mi hija y nieta que aún vivían allá, y que posteriormente emigraron a USA, y mi madre, hermanas y sobrin@s, que aún sobreviven en el horror. Recuerdo que, por ser mis viajes frecuentes y porque nunca ha sido mi prioridad adquirir productos caros o de marca, solía llevarle a mi nietecita zapatitos y ropitas bien chulas, pero baratas, adquiridas en la Duarte (calle famosa por tener artículos bien bonitos pero "shippi"). De todos modos, mi nieta destacaba entre otros niños que no tenían igual suerte, y para mí era un paliativo el saber que lo que yo había comprado era de poca monta, aunque por la especial situación de mi isla, pasaran por chucherías de calidad. Otro tanto sucedía con mis accesorios, puro bañito de oro, baratitos, pero relucientes. Todo el mundo insistía en creer que eran de oro; pero no, para mi suerte nunca cai en "privar" de lo que no tenía. Quizás fuera porque no poseía mucho dinero, pero ahora me alegro de que haya sido así, esto me exonera a mis propios ojos de presunciones absurdas que, hoy por hoy, me avergonzarían.
Para las personas que han tenido la suerte de tener una chequera abultada en los bancos, quizás sea una necesidad el tener todo tipo de objetos costosos. A lo mejor es verdad que les escuecen la piel los articulos baratos, de mala calidad, a la postre nacieron en cuna de oro y eso puede hacer la diferencia para los humanos, claro, que para Dios todos nacemos, vivimos, sufrimos, gozamos, morimos y nos descomponemos de igual manera. Pero pase, como en el cuento del frijol debajo de 20 colchones...Lo que si no me cabe en el cacumen es que personas muy pobres, cubanos, haitianos, centroamericanos, africanos y otros, una vez que llegamos a este gran país nos creamos el cuento de las "marcas" y ya no podamos vivir sin ellas. Reconozco que los tales me revuelven un poco el estómago, y perdonando la vulgaridad cabe la siguiente muy cubana frase: "cuánta comemierdería, caballero..."
Presumir de lo que no se es, de lo que no se tiene es una soberana estupidez. Es harto sabido que un gran porciento de personas que ostentan riquezas, lo deben todo, hasta el aire que respiran. Me han comentado que muchas personas alquilan joyas de oro para ir de visita a sus países pobres y dejar a sus coterráneos con la boca abierta: hasta ahí llega la idiotez humana. Ignoro qué placer sentirán al regresar a sus trabajos en factorías, limpiando pisos y haciendo todo tipo de faenas rudas, pero tal parece que el hecho de poder sobresalir, aunque sea por unos días, los hace felices. Bueno, de eso también se trata el libre albedrío, cada quien podrá escoger la forma en que quiere vivir, y si esta incluye engañarse a si mismos, que así sea, y que los disfruten hasta que la vida misma los coloque de cara a la verdadera realidad.



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