sábado, 23 de noviembre de 2013

Hipocondría

Para Ricardo estar enfermo era parte del encanto añadido a una vida insípida, escasa en alegrías. Podría decirse que era un hombre bastante afortunado, puesto que en tiempos de barbarie había nacido en una familia bastante funcional, que aún creía en los valores de la unidad y la concordia, amén de que disfrutaban de una posición de clase media alta, lo cual significaba que no había carecido ni de alimentos, ni de ninguna de las otras cosas necesarias para la existencia, y que suelen ser los detonantes de más de más un trauma. Pero él era así. Desde pequeño gustaba de la conmiseración, solía ver aparecer cualquier febrícola con entusiasmo, las paperas, el sarmpión, la varicela, ahí mismo ponía cara de mártir de galería y se sentaba, quietecito, a esperar los calditos, los mimos, los cariñitos y los buenos deseos, sin hacer el mínimo esfuerzo por recuperarse, dilatando todo lo que podía el sopor mariconeril en que se sumía.Ninguna otra cosa lo incentivaba, ni los deportes, ni las salidas con chicos de su edad, las noviecitas...De hecho, cuando le compraron su primera computadora lo primero que hizo fue aprender el uso de Google para poder investigar los sintomas de cada una de las enfermedades que le habría gustado padecer. De ese modo se enfermó, imaginariamente, de cuanto Dios creó, tuvo SIDA, cáncer, lupus,glaucoma, pancreatitis, neumonía...Lo gracioso del caso es que el chico tenía una salud de hierro, y como comía saludablemente y tenía muy buen apetito, jamás enfermaba realmente. Cuando se percató de que este sistema alimentario era  las causa fundamental que le hacia permanecer sano, muy a su pesar, dejó de comer; sin embargo, aunque adelgazó escandalosamente, no enfermó, sino que se apergaminó, comenzó a tener una especie de salud vitalicia que se reía de sus esfuerzos por enfermar y lo mantenía como a una vieja momia en su museo. Finalmente, su familia lo internó en un hospital para dementes, por donde anduvo, como alma en pena, a la espera de una enfermedad real que lo postrara para siempre, flotando entre otros loquitos, con otros dolencias tan lamentables como las de él. Fue allí que encontrá a mater llorona, que era una demente que creía haber perdido un hijo de una enfermedad letal, y que se solidarizó con él de tal modo que lo convirtió en su hijo enfermo, y así andaban los dos, la una mimando, dando cariñitos y calditos supuestos, y el otro dejándose consolar, finalmente feliz, con su cara de mártir de galería y una alegría sobrenatural en sus ojos desquiciados.

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