Pues bien, ya estaba en el hotel Montecarlo Inn, con todo listo: la habitación, de lujo, ni siquiera sabía como funcionaban la mitad de los artilugios que ella había; la botella de champán, del más caro, contribuyendo con su ambarino reflejo al boato reinante, rodeada de hielo, en medio de las dos copas de esbelto talle; las velas, rojo pasión unas, negras azabache las otras, olorosas, excitantes, derramando su luz sobre la surtida mesa: uvas, fresas, chocolates... El lecho, de ensueño, redondo, mullido, repleto de cobertores y cojines de satín blanco, suaves, embriagantes, cálidos...Ya llega ella, envuelta en el esplendor de costumbre, vestida con ropas que se deshacen de sólo mirarlas, bellísima , una Helena de Troya del siglo XXI, puro músculo, abdomen plano, senos marmóreos a fuerza de silicona; una sirena de cola deliciosa, humana, perfecta, banquete de rey; y es suya, toda suya, al menos por esta noche magnífica en que decidió emplear parte de sus ahorros en la experiencia de la que supone es la verdadera vida, la que no conoce de sudores, de lágrimas, de quejas y malas noticias..."quizás me despidan, están haciendo recortes en la empresa";" a Isabelita le está quedando corta la ropa, tenemos que..." " llamó tu madre, va a necesitar un nuevo medicamento para el reuna, costosísimo"...Esta noche, no, fuera preocupaciones, esta es la noche de su vida, su primer y quizás único contacto con ese mundo perfecto, lleno de inimaginables goces. Ahí está ella, asiendo su copa de champán, a la par que le brinda los labios y la fresa, presa en ellos, la besa con furia, con desespero, excitado...Ella, entrenadísima lo hace caer boca arriba en la cama, y luego pone música, una melodía suave, afrodisíaca que le trastorna un poco los sentidos, mientras comienza, con mucha calma, a despojarse de la indumentaria, dejando al descubierto su cuerpo de diosa joven, de gym, esculpido aquí y allá con la silicona de marras. El hombre siente que está a punto de reventar, ah!, bien que valió la pena el dinero gastado, lo está pasando de maravillas. Entonces, a su memoria olfativa arriba un mensaje que no es precisamente el del perfume caro de la chica, mas bien es una mezcla de jabón barato, agua tibia y colonia de timbiriche que, no sabe por qué jodido motivo, lo llena de una tristeza que le arrasa los ojos en lágrimas y termina con cualquier amago de pasión. Torpemente se levanta, se viste y le paga a la muchacha lo acordado; también le dice que puede quedarse el resto de la noche en el hotel, que ya estaba liquidado su costo, pero que él se marcha porque le ha surgido un imprevisto. Y se fue, dejando a la joven con un palmo de narices, hacia la noche oscura, con la esperanza de que aún no hubiese pasado el último bus que iba por la misma ruta que su corazón.
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