AUTOR: MARITZA GOMEZ CRUZ.
Al borde de las dudas
... lo detuvo la voz.
Era un tiempo sombrío,
quizás mañana, tal vez noche:
el corazón no puede diferenciar
entre un silencio y otro,
entre la hosquedad y el rencor
entre el vacío y la nada.
Vagaba, entre lamentos de
órgano joven, de niño
contrariado,
a la espera de un milagro,
sofocado y hambriento,
casi deshecho, en un mar
de desilusiones, aborto
necesario de los hechos...
Un mar de escombros, de furia
sin nombre, de escaños amañados,
repletos de agravios, de confusiones,
en las ruinas de lo que fuera
su ego, como cuchillo que corta,
como hacha que taladra,
o lanza que atraviesa el costado:
un hueco sin pasado ni presente.
Y allí, justo al borde del desastre,
lo detuvo su voz
le atenazó las moléculas,
una a una,
en las simientes de la ternura
-Te amo... -susurró
y el lamento que corría garganta abajo,
se fragmentó en polícromas sensaciones...
incluso los celos de centurias
se alejaron, caducaron, acabaron
entre sus brazos dormidos,
entre sus besos de seda,
en el ébano de sus pápados,
el mar infinito de su mirada
y el aliento de almendras de su entrega.
Al borde de las dudas
... lo detuvo la voz.
Era un tiempo sombrío,
quizás mañana, tal vez noche:
el corazón no puede diferenciar
entre un silencio y otro,
entre la hosquedad y el rencor
entre el vacío y la nada.
Vagaba, entre lamentos de
órgano joven, de niño
contrariado,
a la espera de un milagro,
sofocado y hambriento,
casi deshecho, en un mar
de desilusiones, aborto
necesario de los hechos...
Un mar de escombros, de furia
sin nombre, de escaños amañados,
repletos de agravios, de confusiones,
en las ruinas de lo que fuera
su ego, como cuchillo que corta,
como hacha que taladra,
o lanza que atraviesa el costado:
un hueco sin pasado ni presente.
Y allí, justo al borde del desastre,
lo detuvo su voz
le atenazó las moléculas,
una a una,
en las simientes de la ternura
-Te amo... -susurró
y el lamento que corría garganta abajo,
se fragmentó en polícromas sensaciones...
incluso los celos de centurias
se alejaron, caducaron, acabaron
entre sus brazos dormidos,
entre sus besos de seda,
en el ébano de sus pápados,
el mar infinito de su mirada
y el aliento de almendras de su entrega.
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