El trebejo de la impiedad se ha confabulado,
ha tejido las trenzas de lo cotidiano,
con las tenazas vernáculas del sinsentido;
ha coreado consignas a los guerreros de
yelmos, escudos, espadas y osadía;
se ha inclinado cual zorro, y ha desprendido
todos los alfileres de las estrellas,
uno a uno, con impudicia.
Después, ha conmemorado con vino y carcajadas
en todas sus orgías, sus tretas, sus engaños y maldades.
Ha revestido a los oscuros con yelmos de plata y filigranas,
en tanto la luna lloraba por la caída de la inocencia,
en un pañuelo de escarcha, robado a las nubes.
El trebejo de la impiedad arrastra su vientre
lleno de infamia, de deformidades y aberraciones,
ha vertido sobre las piedras, la hierba y el rocío
la sangre de hielo, de dolores y muerte
de sus venas traslúcidas,
y ha gritado con saña el culmen de su victoria:
el trebejo de la impiedad aulla y se regodea,
mientras puede, del triunfo de la barbarie.
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