Culpa es, del otoño, con sus rojos y naranjas,
y su vientecillo, pura melancolía, culpa es,
de esas hojas que juguetean en las calles, y
ese cielo preñado de azules y grises que se apelotonan
en mi garganta, me producen escozor; no son lágrimas, no;
le juro, es el viento que me penetra con fuerza, desajusta
mi engranaje, me envuelve en un hálito de recuerdos, de olvidos,
de nomeimportas y desgarros, imposibles de conciliar.
Culpa es, de tus abrazos, de la fuerza de tu simiente
rociando mis valles, mis montañas y ríos; de la magnitud
de tu mirada, ese huracán de negrura que abate y resucita,
así, de un sólo golpe mis torpezas, mis ingenuidades, mis
anhelos de virgen de la inexperiencia, que paga con sacrificio
todas tus veleidades, tur idas y venidas; culpa es de ese olor
de tus camisas sudadas, de macho en celo, de juventud y brío
con que me desnudas, transida de anhelo, de deseo no reconocido...
Culpa es de la vida, que sin quererlo, sin saberlo ni desearlo
me lanzó una estocada en mitad del pecho, allende el corazón,
Ahora, divago por sus sendas, huérfana de sentimientos,
minusválida, llorando como corderito con piel de loba,
mostrando las cicatrices, cual guerrera viva y muerta a
un mismo tiempo, presumiendo de fuerza, porque soy muy
frágil, un minúsculo vidrio que se las arregla, que no se quiebra
leona en cautiverio, que siendo ya libre, prefiere ocultarse