"La idolatría de los bienes no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida" (Papa Benedicto XVI)
Siendo profesora en República Dominicana, una alumna me dijo, en cierta ocasión, que los pobres eran envidiosos, pues querían todos los bienes materiales que los ricos habían logrado sobre la base de mucho esfuerzo personal, robándoselos de cualquier modo posible. Confieso que me dejó muy sobresaltada la simplista teoría, y una y otra vez pienso en ello tratando de encontrarle la quinta pata al gato sin lograrlo. Cierto es que decir que la posesión de bienes materiales no ronda por la cabeza de la inmensa mayoría de los seres humanos es una tontería mayúscula, harto sabido es que casi todo el mundo desearía tener una bella casa, un auto del año, un yate...¿Quién prefiere lo contrario? ¿A cuántos les gusta vivir en una casa pequeña, vieja, superpoblada? ¿Quién prefiere andar a pie, en bicicleta, o en un auto que se está cayendo a pedazos? ¿A cuántos de los que Ud. conoce no les gustaría tener unas hermosas e inolvidables vacaciones en Hawai, Cancún o Punta Cana? Si le dieran a escoger, ¿no preferiría Ud. manejar un negocio, donde fuera su propio jefe sin tener que aguantar humillaciones e insolencias? Por donde quiera que se le mire, la riqueza tiene un atractivo parecido al que ejerce el imán en el hierro; no podemos caer en la tontería de que decir que preferimos ser pobres a ser ricos, no sin correr el riesgo de que los ricos digan que somos resentidos y envidiosos, y que los pobres nos cataloguens de beatones hipócritas. Ese no es el punto de la cuestión.
Personalmente, creo que los bienes materiales fueron puestos en el mundo para que todos los hombres tuvieran una vida digna. Y por dignidad se entiende, alimentos, ropas, zapatos, vivienda, salud, educación y sana distracción. Sin embargo, ya sabemos que en algún momento de la historia las cosas se torcieron y alguien decidió tomar más para sí, provocando de este modo que la repartición de todo aquello que era de todos, pasara a ser sólo de algunos, y lo demás es el cuento de la buena pipa. Pero no es nuestro interés analizar el grado de injusticia que encierra este dilema existencial (que harto se ha hablado ya del asunto, sin llegar a conclusión alguna). De lo que se trata es de analizar el grado de felicidad que le ha aportado a la humanidad la posesión de bienes materiales.
¿Podría alguien mencionar el nombre de una sola persona a la que la tenencia de riquezas haya hecho totalmente feliz? No hablo de sentirse seguro, cómodo, despreocupado...hablo de felicidad, de paz interior, de gozo del espíritu. Yo, al menos, no conozco a nadie así, y será en vano intentar encontrarlo. La posesión de bienes materiales, más allá de los necesarios, no le aporta al hombre felicidad alguna, su alma sigue tan vacía que no encuentra placer en disfrutar lo que sobreposee. El dinero, las casas o palacios, el lujo, jamás podrán ocupar el lugar de Dios. Ya puede afanarse el hombre todo lo que quiera, llegará el momento en que será capaz de entregarlo todo por un adarme de amor, de compañía desinteresada, de calor humano , de amistad verdadera, de familia unida por lazos mucho más poderosos que una cuenta bancaria y una serie de inservibles tonterías. Lo bueno será disfrutar de aquellos bienes imperecederos que le brinda el amor, porque en el amor está Dios, y donde está Dios hay plenitud, y que lo bienes materiales vengan por añadidura, pues de igual modo cumplirán su rol real, sean muchos o pocos, eso no es lo importante, lo realmente valedero es la presencia de Dios en cada una de sus partículas, la plenitud que disfrutaremos en la comunión con su grandeza infinita.
Siendo profesora en República Dominicana, una alumna me dijo, en cierta ocasión, que los pobres eran envidiosos, pues querían todos los bienes materiales que los ricos habían logrado sobre la base de mucho esfuerzo personal, robándoselos de cualquier modo posible. Confieso que me dejó muy sobresaltada la simplista teoría, y una y otra vez pienso en ello tratando de encontrarle la quinta pata al gato sin lograrlo. Cierto es que decir que la posesión de bienes materiales no ronda por la cabeza de la inmensa mayoría de los seres humanos es una tontería mayúscula, harto sabido es que casi todo el mundo desearía tener una bella casa, un auto del año, un yate...¿Quién prefiere lo contrario? ¿A cuántos les gusta vivir en una casa pequeña, vieja, superpoblada? ¿Quién prefiere andar a pie, en bicicleta, o en un auto que se está cayendo a pedazos? ¿A cuántos de los que Ud. conoce no les gustaría tener unas hermosas e inolvidables vacaciones en Hawai, Cancún o Punta Cana? Si le dieran a escoger, ¿no preferiría Ud. manejar un negocio, donde fuera su propio jefe sin tener que aguantar humillaciones e insolencias? Por donde quiera que se le mire, la riqueza tiene un atractivo parecido al que ejerce el imán en el hierro; no podemos caer en la tontería de que decir que preferimos ser pobres a ser ricos, no sin correr el riesgo de que los ricos digan que somos resentidos y envidiosos, y que los pobres nos cataloguens de beatones hipócritas. Ese no es el punto de la cuestión.
Personalmente, creo que los bienes materiales fueron puestos en el mundo para que todos los hombres tuvieran una vida digna. Y por dignidad se entiende, alimentos, ropas, zapatos, vivienda, salud, educación y sana distracción. Sin embargo, ya sabemos que en algún momento de la historia las cosas se torcieron y alguien decidió tomar más para sí, provocando de este modo que la repartición de todo aquello que era de todos, pasara a ser sólo de algunos, y lo demás es el cuento de la buena pipa. Pero no es nuestro interés analizar el grado de injusticia que encierra este dilema existencial (que harto se ha hablado ya del asunto, sin llegar a conclusión alguna). De lo que se trata es de analizar el grado de felicidad que le ha aportado a la humanidad la posesión de bienes materiales.
¿Podría alguien mencionar el nombre de una sola persona a la que la tenencia de riquezas haya hecho totalmente feliz? No hablo de sentirse seguro, cómodo, despreocupado...hablo de felicidad, de paz interior, de gozo del espíritu. Yo, al menos, no conozco a nadie así, y será en vano intentar encontrarlo. La posesión de bienes materiales, más allá de los necesarios, no le aporta al hombre felicidad alguna, su alma sigue tan vacía que no encuentra placer en disfrutar lo que sobreposee. El dinero, las casas o palacios, el lujo, jamás podrán ocupar el lugar de Dios. Ya puede afanarse el hombre todo lo que quiera, llegará el momento en que será capaz de entregarlo todo por un adarme de amor, de compañía desinteresada, de calor humano , de amistad verdadera, de familia unida por lazos mucho más poderosos que una cuenta bancaria y una serie de inservibles tonterías. Lo bueno será disfrutar de aquellos bienes imperecederos que le brinda el amor, porque en el amor está Dios, y donde está Dios hay plenitud, y que lo bienes materiales vengan por añadidura, pues de igual modo cumplirán su rol real, sean muchos o pocos, eso no es lo importante, lo realmente valedero es la presencia de Dios en cada una de sus partículas, la plenitud que disfrutaremos en la comunión con su grandeza infinita.
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