domingo, 25 de agosto de 2013

Inocencia

Entonces yo era demasiado pequeña para entender ciertas cosas. A mis ojos, de sólo cinco años, todo era relevante, aún no podía calcular la seriedad de los eventos que me atañían. Era, por así decirlo,  una niña tímida, en extremo respetuosa, todo me encandilaba, me enrojecía las mejillas. Fue por eso que Ana María, aquella amiguita de mi infancia mucho más lista que yo, se aprovechó todo lo que pudo de mi candidez. Aquel verano, mi madre se empeñó en enviarme a la escuelita de doña Gina (una entidad privada que privaba a los pequeños de sus vacaciones, con el objetivo, decía ella, de que no olvidaran lo aprendido en el curso, y llegaran al siguiente con las neuronas a punto de reventar, de tan activas). En fin, para mi mala suerte los padres de Ana María escogieron igual opción para su solapada zorrita, por lo que me vi, de pronto sentada, codo con codo a su lado, siguiendo el movimiento de sus ojos retorcidos que no me perdían ni pie ni pisada. Fue el acabose cuando sucedió lo que sucedió. A partir de entonces, Ana María me martirizó cada día de mi vida en la escuelita: se comía mis meriendas, usaba mis lápices de colores,  abusaba de los cuadernos. muy escasos en aquella época, que mi madre me proveía, y cada vez que terminaba la jornada me acompañaba hasta la casa y me exigía le diera mis juguetes. Yo me escabullía al interior del hogar, presa del más terrible terror, pero consciente de que hasta allí no se atrevería a entrar la zoquete, y, por supuesto, ya no salía más hasta el día siguiente en  que otra vez debía enfrentar a mi temible chantajista que, con ojos coléricos, me insultaba diciéndome que si ese día no cumplía sus exigencias acerca de la entrega de los juguetes, me delataría, sin más ni más, con doña Gina. Así las cosas, llegó el día final de mi martirio, cuando Ana María me dijo que en ese mismo momento iría a contarle a la maestra mi oprobioso secreto. Recuerdo que desde mi pupitre veía cómo ella se acercaba a doña Gina, mientra yo casi me desvanecía de terror. Gruesas gotas de sudor corrían desde mi pecho empapando blusa, bragas, medias...No sé cómo no me desmayé cuando oí que le decía a la maestra:
-Profe, esta niña se tiró un pedo el primer día de clases...
Y casi sin creerlo, vi como doña Gina se volvía hacia Ana María,con cara de pocos amigos,y la tomaba por un brazo mientras la empujaba hasta su asiento y le decía.
-Deje de ser chismosa y solapada, siéntese y ocúpese de su vida, culebrita.
Luego se volvió hacia mi, con mirada cariñosa, y me dijo:
-¿Te sientes bien, Inocencia?

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