sábado, 31 de agosto de 2013

Renuncia

Lo ha guardado en el reino de nunca jamás;
nadie lo leerá, ni estudiará o profundizará.
Este manifiesto es sólo de ella, y de su conciencia,
de sus días de tristeza, sus reservas y certezas.
Ella luchó, con todas sus neuronas, por lo que creyó
justo; abogó defendió, manifestó y supuso
que tendría la razón. Pero se enfrenté al hielo
de una mirada sin expresión, que desaprobaba,
al desamor más grande, a sus gestos que iban por ahí
divorciados de las quimeras que ella esperó,que
hablaban de resquemor, de impaciencia,de horror y deseos
de que mediara un océano de kilómetros entre
 ellos. Por eso lloró, se estremeció e invocó
a la muerte, a esa criatura pelada que arranca los
corazones y los engulle con displicencia
 Y no la oyó, no puede. Sólo el designio
escrito y guardado en el reino de nunca jamás
establece el lugar y la hora, las circunstancias.
Como peonza sin rumbo, reflexionéó se destruyó y rehizo,
 -es el camino único  en las estepas de la calma, de la paz, del raciocinio-.
Y ha despertado diferente, sin correspondencias lastimosas.
 El amor no admite estructura alguna, componenda alguna,
 barrote alguno. El amor es el más libre de los sentimientos
Vive, muere y renace cada día para que el amor, tu amor,
el amor más grande de ese reino sin copias falsas, crezca,
se robustezca, se haga inmortal ahí, en el dolor de la
renuncia, en el pesar del desacuerdo y la tibieza
de las nieves del olvido.

Conflicto

Benedicta se enamoró realmente de Federico, el industrial más próspero del pueblo. A él dedicó todo su amor, su fidelidad, sus minutos y hasta sus miedos. Tuvo la dicha de ser correspondida en la medida en que un hombre elegante, rico, y criado entre dinastías de machistas, puede serlo.Le parió seis hijos robustos y hermosos, a los cuales crió personalmente, y las criadas de la casa tenían que quitarle el plumero de las manos porque insistía en hacer algo provechoso. Benedicta había sido la joven más bella de la pequeña localidad que la viera nacer y en la que había transcurrido toda su vida. Y también la más pobre de entre todas las muchachas en edad de merecer, cuando Federico Junior fijó sus ojos en ella y la eligió, a pesar de los ojos retorcidos de su madre y de la evidente desaprobación del padre. Una vez instalada en el palacete en el que podrían fácilmente vivir cinco o seis familias, comenzó para ella una vida llena de felicidad, pero ensombrecida por la certeza de estar en el lugar equivocado, llena de aprensión cada vez que sus ojos se encontraban con los de su suegra, repletos de rencor de clase ultrajada; o con la figura enorme del suegro, que llegó a quererla, pero jamás lo demostró. Espiaba a hurtadillas la más mínima de las reacciones de su marido, en la seguridad de que, un día u otro, la echaría de su lado, llena del bochorno de un matrimonio que no cuajaba con la posición social del ricachón. En el inmenso armario de su habitación, en la parte más oscura mantenía preparado el pequeño maletín que se trajo, para no tener que pasar por la verguenza de preparativos de última hora. Así transcurrienron 50 años de matrimonio en los que, ni un solo día, dejó de sentirse inferior y con la puerta de la calle como opción justa, equitativa.A la par que crecía su desazón, menguaba su figura. Se había convertido en una viejecilla insignificante, de cuya belleza sólo restaban los ojos magníficos, a pesar de la zozobra. Con el tiempo murieron su suegra, su suegro y, finalmente, también murió su marido, llevándose con él la poca cordura que le quedaba a la infeliz que,  en cuanto vio entrar por la puerta principal al notario encargado de leer el testamento del fallecido, voló escaleras arriba, buscó entre tembleques el viejo maletín que se deshacía de tan destartalado y, echándoselo al hombro salió de la que nunca fue sus casa por la calle principal, hacia el infinito.

domingo, 25 de agosto de 2013



¿Es acaso la melancolía
oficio de poetas?
No se cuela esta, acaso,
entre rieles y martillos,
entre arrugas y acuosidades?
No será que la melancolía
es oficio de hombres,
de aquellos hombres que
aman, que besan, que
abrazan y se funden?
No será acaso, la melancolía,
oficio de la ternura?
Será la no pertenencia
que acompaña los momentos
de dicha?
El perfecto estuche
en que se guardan
todos los recuerdos?
La sinfonía que despierta
en la mente lo que
nunca fue?
La melancolía es
el preludio, el antecesor,
el notario de etiqueta
que lee los pormenores
del manifiesto:
Hay belleza, sí,
notoriedad y alegría,
desazón y vacío,
hay vida y muerte,
 y hay maravillas ahí,
donde sentó sus reales
un ápice de melancolía
              ***
Lo vi pasar, ajeno,
desmemoriado y bello,
con la luna rielando
en la plata de sus párpados,
y la mente caída, como los
ángeles; turbiamente helados
los labios sin mácula,  los cabellos
de estopa, sin dirección, sin norte.
Lo vi, y al verle, se encendieron
de júbilo mis múltiples abriles,
a pesar de sus labios, de su mente...
y del tiempo... hoy le vi, y supe
supe...

              ***
¿Qué es trascender?
En vano busco un ejemplo
que ilustre
esta teoría de muchos,  de tantos
-o tontos-
Trascender, de qué sirve?
No es mejor hacer?
yo hago, tú haces,
todos hacemos, así
sin infinitivos vagos,
en presente de indicativo...
Quizás, eso sea trascender,
mas no queremos descubrir esta
intríngulis (mejor no hacer)
se está cómodo así, o no?

             ***
El venía, y yo iba,
 el miraba, y yo huía,
si él contemplaba,
yo me cerraba; y si
me hería, yo bostezaba...
De ahí pasamos a los acuerdos;
ninguno de los dos besaba,
o abrazaba, o gemía, o acariciaba
o proponía...
Cada uno, en ventanales distantes
se difuminaba, se oscurecía,
sin gritarle al silencio
lo mucho que se amaban,
cada uno moría...

Inocencia

Entonces yo era demasiado pequeña para entender ciertas cosas. A mis ojos, de sólo cinco años, todo era relevante, aún no podía calcular la seriedad de los eventos que me atañían. Era, por así decirlo,  una niña tímida, en extremo respetuosa, todo me encandilaba, me enrojecía las mejillas. Fue por eso que Ana María, aquella amiguita de mi infancia mucho más lista que yo, se aprovechó todo lo que pudo de mi candidez. Aquel verano, mi madre se empeñó en enviarme a la escuelita de doña Gina (una entidad privada que privaba a los pequeños de sus vacaciones, con el objetivo, decía ella, de que no olvidaran lo aprendido en el curso, y llegaran al siguiente con las neuronas a punto de reventar, de tan activas). En fin, para mi mala suerte los padres de Ana María escogieron igual opción para su solapada zorrita, por lo que me vi, de pronto sentada, codo con codo a su lado, siguiendo el movimiento de sus ojos retorcidos que no me perdían ni pie ni pisada. Fue el acabose cuando sucedió lo que sucedió. A partir de entonces, Ana María me martirizó cada día de mi vida en la escuelita: se comía mis meriendas, usaba mis lápices de colores,  abusaba de los cuadernos. muy escasos en aquella época, que mi madre me proveía, y cada vez que terminaba la jornada me acompañaba hasta la casa y me exigía le diera mis juguetes. Yo me escabullía al interior del hogar, presa del más terrible terror, pero consciente de que hasta allí no se atrevería a entrar la zoquete, y, por supuesto, ya no salía más hasta el día siguiente en  que otra vez debía enfrentar a mi temible chantajista que, con ojos coléricos, me insultaba diciéndome que si ese día no cumplía sus exigencias acerca de la entrega de los juguetes, me delataría, sin más ni más, con doña Gina. Así las cosas, llegó el día final de mi martirio, cuando Ana María me dijo que en ese mismo momento iría a contarle a la maestra mi oprobioso secreto. Recuerdo que desde mi pupitre veía cómo ella se acercaba a doña Gina, mientra yo casi me desvanecía de terror. Gruesas gotas de sudor corrían desde mi pecho empapando blusa, bragas, medias...No sé cómo no me desmayé cuando oí que le decía a la maestra:
-Profe, esta niña se tiró un pedo el primer día de clases...
Y casi sin creerlo, vi como doña Gina se volvía hacia Ana María,con cara de pocos amigos,y la tomaba por un brazo mientras la empujaba hasta su asiento y le decía.
-Deje de ser chismosa y solapada, siéntese y ocúpese de su vida, culebrita.
Luego se volvió hacia mi, con mirada cariñosa, y me dijo:
-¿Te sientes bien, Inocencia?

domingo, 4 de agosto de 2013

POSESIÓN

 "La idolatría de los bienes no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida" (Papa Benedicto XVI)

Siendo profesora en República Dominicana, una alumna me dijo, en cierta ocasión, que los pobres eran envidiosos, pues querían todos los bienes materiales que los ricos habían logrado  sobre la base de mucho esfuerzo personal, robándoselos de cualquier modo posible. Confieso que me dejó muy sobresaltada la simplista teoría, y una y otra vez pienso en ello tratando de encontrarle la quinta pata al gato sin lograrlo. Cierto es que decir que la posesión de bienes materiales no ronda por la cabeza de la inmensa mayoría de los seres humanos es una tontería mayúscula, harto sabido es que casi todo el mundo desearía tener una bella casa, un auto del año, un yate...¿Quién prefiere lo contrario? ¿A cuántos les gusta vivir en una casa pequeña, vieja,  superpoblada? ¿Quién prefiere andar a pie, en bicicleta, o en un auto que se está cayendo a pedazos? ¿A cuántos de los que Ud. conoce no les gustaría tener unas hermosas e inolvidables vacaciones en Hawai, Cancún o Punta Cana? Si le dieran a escoger, ¿no preferiría Ud. manejar un negocio, donde fuera su propio jefe sin tener que aguantar humillaciones e insolencias? Por donde quiera que se le mire, la riqueza tiene un atractivo parecido al que ejerce el imán en el hierro; no podemos caer en la tontería de que decir que preferimos ser pobres a ser ricos, no sin correr el riesgo de que los ricos digan que somos resentidos y envidiosos, y que los pobres nos cataloguens de beatones hipócritas. Ese no es el punto de la cuestión.
Personalmente, creo que los bienes materiales fueron puestos en el mundo para que todos los hombres tuvieran una vida digna. Y por dignidad se entiende, alimentos, ropas, zapatos, vivienda, salud, educación y sana distracción. Sin embargo, ya sabemos que en algún momento de la historia las cosas se torcieron y alguien decidió tomar más para sí, provocando de este modo que la repartición de todo aquello que era de todos, pasara a ser sólo de algunos, y lo demás es el cuento de la buena pipa. Pero  no es nuestro interés analizar el grado de injusticia que encierra  este dilema existencial (que harto se ha hablado ya del asunto, sin llegar a conclusión alguna). De lo que se trata es de analizar el grado de felicidad que le ha aportado a la humanidad la posesión de bienes materiales.
¿Podría alguien mencionar el nombre de una sola persona a la que la tenencia de riquezas haya hecho totalmente feliz? No hablo de sentirse seguro, cómodo, despreocupado...hablo de felicidad, de paz interior, de gozo del espíritu. Yo, al menos, no conozco a nadie así, y será en vano intentar encontrarlo. La posesión de bienes materiales, más allá de los necesarios, no le aporta al hombre felicidad alguna, su alma sigue tan vacía que no encuentra placer en disfrutar  lo que sobreposee. El dinero, las casas o palacios, el lujo, jamás podrán ocupar el lugar de Dios. Ya puede afanarse el hombre todo lo que quiera, llegará el momento en que será capaz de entregarlo todo por un adarme de amor, de compañía desinteresada, de calor humano , de amistad verdadera, de familia unida por  lazos mucho más poderosos que una cuenta bancaria y una serie de inservibles tonterías. Lo bueno será disfrutar de aquellos bienes imperecederos que le brinda el amor, porque en el amor está Dios, y donde está Dios hay plenitud, y que lo bienes materiales vengan por añadidura, pues de igual modo cumplirán su rol real, sean muchos o pocos, eso no es lo importante, lo realmente valedero es  la presencia de Dios en cada una de sus partículas, la plenitud que disfrutaremos en la comunión con su grandeza infinita.