domingo, 31 de marzo de 2013

El pecado de la abundancia

Por Maritza Gómez Cruz.

Hoy debimos elegir mi hija, mi nieta, su boyfriend y yo dónde almorzar ( el Nando no cuenta, él sólo quería disfrutar el parquecito de Mc Donalds), y teníamos que escoger entre McDonalds,  Subway y/o Pizza Hut, que era lo que teníamos a mano. Particularmente prefería cualquier cosa que no fuera Mc Donalds, no me gusta mucho el fast food, y entre ellos el que menos me gusta es el mencionado. Sin embargo, preferí sumarme a la mayoría, que apostó precisamente por esa opción. Lo importante es que finalmente almorzamos como Dios manda, en un ambiente cálido, agradable que nos preservó momentáneamente del invierno que se niega a abandonar Illinois, mientras conversábamos de temas diferentes, y yo pensaba qué agradable sería para mí que mis hermanas, a las cuales invitamos a venir a EUA, ya estuvieran aquí para que disfrutaran junto a nosotros de esos prohibidísimos alimentos para cualquier cubano de a pie en mi islita mártir. Ah!!

En los últimos tiempos a todos nos ha dado por quejarnos de la crisis, tan cierta y tan detestada como la muerte, y tan "sui generis", dependiendo de la parte del globo terráqueo a la que estemos haciendo referencia. No es lo mismo nuestra crisis norteamericana que la crisis en Haití, en Africa, en Cuba...Acá ni siquiera debiéramos hablar del asunto. Vivimos en casa confortables, refrigeradas o caldeadas, según requiera el clima, tenemos autos con iguales comodidades, alimentos variados, sanos, y lo más importante, podemos elegir qué vamos a comer, amén de tener cubiertas todas las otras necesidades vitales del ser humano. Y hablamos de la clase trabajadora, de esa que labora arduamente durante la semana para poder pagar sus facturas, no haremos siquiera mención de los más favorecidos. Nosotros, los trabajadores, vivimos con dignidad absoluta, vivimos en abundancia en un mundo cada vez más pobre y triste, cada vez más hambreado, cada vez más enloquecido por el dolor que genera la pobreza absoluta, recrudecida por esta crisis de alcances homéricos. Y en este mundo nefasto todavía hay gente que se da el lujo de echar los alimentos del día anterior a la basura, que no come comida "vieja". Qué poco sabemos del hambre por aquí!! En la Segunda Guerra Mundial, la población recogía de los tachos de basura las cáscaras de papa que desechaban los alemanes, y con eso paliaban un poco la necesidad de alimentarse. Me han comentado que en Haití los pobres se hacen unas galletitas de lodo...!!!! Y nosotros no consumimos comida "vieja"????!!!!

Desdichadamente, no podemos, por más que querramos, cambiar este estado de cosas. En el tercer milenio de la Era Cristiana, en pleno siglo XXI, queremos tener cada vez más, sin importar que para ello los otros tengan cada vez menos. El vicio de poseer es algo demencial: si tengo una casa, quiero dos, tres; y así con todo lo acumulable. Buscamos la felicidad en el tener, desconociendo que no puede haber felicidad real en la tristeza de nuestro prójimo, en sus carencias, en su indignidad, en su indigencia, en su hambre...Si bien es verdad que cada uno de nosotros solos, no puede cambiar el actual modo de vida, si podemos y debemos hacer todo lo que podamos, no sólo compartiendo, sino, al menos, no malbaratando, no desechando, no botando o desperdiciando aquellos bienes que en algún lugar de mundo alguien necesita mucho. Es un paliativo ridículo quizás en medio de tantísimo dolor, pero va revestido de esa capa de moralidad, de vergüenza y decoro que debemos conservar cuando no nos es posible hacer algo más. Si Dios nos ha bendecido con tanta abundancia, no podemos, en modo alguno, convertirla en pecado. 

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