martes, 1 de diciembre de 2015

El águila

Como el águila que era, desplegó sus alas relucientes de rocío y comenzó a ascender sin prisas, majestuosa, bella, dueña del mundo. Más que ascender, se sumergió en una danza con el viento, una especie de vals, donde la música la proveían las olas del mar que retumbaban al golpear la playa: un contoneo por aquí, una pirueta por allá, un despliegue de colores relucientes bajo un sol que apenas comenzaba a estirarse, bostezando su regreso al trabajo. La Luna y las estrellas que recién salían de su nocturnidad, se quedaron un poco más, para ver esta danza gigante, desde sus poltronas de nubes. El águila se sentía especial, única, se sabía admirada y envidiada por los elementos que no poseían ni su gracia, ni su altivez de especie superior, cada vez con más fuerza, con mejor estilo, danzando, danzando, subiendo, bajando, retando, cayendo, danzando, danzando...El primer disparo le traspasó el ala derecha, haciendola caer en picada, presa del dolor; un segundo disparo, certero como su agonía, le despedazó el ala izquierda, cayendo a las aguas del mar que le había acompañado en esa su danza postrera, y que la acogieron en su lecho salobre, lleno de conchas, de corales y algas...

El hombre inclinó su cabeza, y luego, en un esfuerzo titánico, salió en su silla de ruedas, desde la rampa de arena del mar, hacia el cafe más cercano, a por periódicos y desayuno.

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