La amaba desde que fue una duda,
una corazonada apenas, miedo a
la guerra que desencadenaría, ella
que entonces sólo era presagio,
nubarrón, crisis, juicio, culpa
-culpa de alguien, nunca del juez-
la amaba; cómo negar ahora lo
que fue evidencia desde la gesta?
Cómo ignorar la fuerza que me hizo
desafiar la mancha, el descrédito,
el índice apuntando, los ojos quemando,
las palabras estallando?
La amaba, desde que fue granito
y devino en pececillo coleteando
en ese su mundo de retos, lleno de
oscuridad, de peligro, y de ternura,
de la ternura de los imberbes, que
es amor sin moneda de cambio,
amor que no sabe amar, pero ama...
la amaba...
cuando se hizo mayor, y jugaba
a las patadas, al fútbol sin portería,
a los disgustos de su encierro,
la amaba... cuánto la amaba!!
Un amor como ese, necesita calor,
fuerza, patrocinio, centenares de
pruebas, de muestras, de discursos,
-incluso de cursilería-
Tanto la amé que perdí la noción
del peligro; perdí todas las armas,
los abrazos, las mediastintas, la
verguenza, la razón, el sentido
del ridículo, el orgullo, la fiereza,
mi vida en la alfombra, pasto del desdén,
de la frialdad (tanto amor provoca frío)
muerta de miedo, muerta de olvido...
Aún la amo, con igual devoción,
ya no es dolor, ni peligro; ya no es ternura.
Dejó de ser tortura para convertirse en experiencia,
ahora es paz, conciliación conmigo misma, un trocito
de hielo que refresca mi frente, que ya no arde,
se convirtió en amor verdadero, que no pide,
no suplica ni exige, no reclama las mieles,
trafica con lo que haya: odio, desamor, saetas
de azabache en dirección al corazón que cobró vida.
La amo, sí, como siempre, como nunca, tal vez más...
Mas no hay daño, no hay dudas ni lamentos,sólo
cristales y rosas, estallando, perfumando, amando...
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