Definitivamente, no me gustan los cazueleros. Cazuelero es un término muy usado sobre todo por las féminas cubanas para aludir a aquellos caballeros que gustan de inmiscuirse demasiado en quehaceres más propios de mujeres que de hombres. No digo que no sea parte del machismo pensar así, de hecho muchos machistas lo son porque sus propias madres tuvieron mucho que ver en una educación que no admitía intromisiones de varones en cocinas, lavaderos, entre escobas o esponjas de fregar, porque esa labor era exclusiva de las hembras de la casa. Pero así es el mundo, así nos criaron, y ya cerca de la sexta década resulta un poquitin cuesta arriba cambiar criterios tan reciamente afianzados en nuestros cacúmenes.Cuántas veces no habré yo criticado casos así, cuántas no habré expresado mi desagrado ante comportamientos de tal índole...He perdido la cuenta.
Pero, de aquí, de esta vida no te vas sin pagar lo que debes, no como castigo, sino como lección de madurez, de tolerancia y de aceptación del todo y con todos. Y así las cosas, resulta que tengo un nietecillo que es la luz de mis ojos y ya pinta que será el mayor de los cazueleros, siempre pendiente de que se apaguen las luces, de que las cosas vayan al sitio que les corresponde, etc, etc (aunque en su caso particular se trata mas bien de imponer su voluntad, y no de presumir de organizado, o de femeniles virtudes) porque sus juguetes no están muy bien ubicados que digamos, sino que andan enredados en nuestros pies la mayoría del tiempo.Pero aún así, no deja de ser una de las variantes de la "cazuelería" en cuestión.
Moraleja: al que no quiere caldo, tres tazas. Dios, en su infinita misericordia ha permitido estas cosas en nuestras vidas para darnos un día a día de humildad. Es una lástima que sólo empecemos a comprender este particular cuando ya es un poquito tarde para autocorregirnos en nuestras posturas. Qué diferente fuera todo si desde muy jóvenes gozáramos de la tolerancia, de la madurez y el discernimiento necesarios para entender que ninguna verdad es absoluta, sólo la que proviene del Supremo Hacedor, para entender que cualquier actitud que criticamos en los demás puede estar presente en nosotros y ni siquiera nos hemos dado cuenta, para entender que la perfección no viene en el ADN, sino en la dejación absoluta de nuestras vidas en las manos del Unico que puede enderezar nuestros entuertos y elevarnos a la categoría de impolutos desde el reconocimiento de nuestros pecados cotidianos, más comunes de lo que imaginamos. No imagino siquiera la maravillosa sensación de paz que esto nos acarrearía, pero deseo con todo mi corazón que muchos seamos capaces de experimentarla.
Pero, de aquí, de esta vida no te vas sin pagar lo que debes, no como castigo, sino como lección de madurez, de tolerancia y de aceptación del todo y con todos. Y así las cosas, resulta que tengo un nietecillo que es la luz de mis ojos y ya pinta que será el mayor de los cazueleros, siempre pendiente de que se apaguen las luces, de que las cosas vayan al sitio que les corresponde, etc, etc (aunque en su caso particular se trata mas bien de imponer su voluntad, y no de presumir de organizado, o de femeniles virtudes) porque sus juguetes no están muy bien ubicados que digamos, sino que andan enredados en nuestros pies la mayoría del tiempo.Pero aún así, no deja de ser una de las variantes de la "cazuelería" en cuestión.
Moraleja: al que no quiere caldo, tres tazas. Dios, en su infinita misericordia ha permitido estas cosas en nuestras vidas para darnos un día a día de humildad. Es una lástima que sólo empecemos a comprender este particular cuando ya es un poquito tarde para autocorregirnos en nuestras posturas. Qué diferente fuera todo si desde muy jóvenes gozáramos de la tolerancia, de la madurez y el discernimiento necesarios para entender que ninguna verdad es absoluta, sólo la que proviene del Supremo Hacedor, para entender que cualquier actitud que criticamos en los demás puede estar presente en nosotros y ni siquiera nos hemos dado cuenta, para entender que la perfección no viene en el ADN, sino en la dejación absoluta de nuestras vidas en las manos del Unico que puede enderezar nuestros entuertos y elevarnos a la categoría de impolutos desde el reconocimiento de nuestros pecados cotidianos, más comunes de lo que imaginamos. No imagino siquiera la maravillosa sensación de paz que esto nos acarrearía, pero deseo con todo mi corazón que muchos seamos capaces de experimentarla.