Ella pensó, que las voces del trueno salían de sus entrañas,
la llamaban, la convencían, la asediaban...
ella soñó que la casquivana alondra era el motivo,
el sutil deseo que se evaporaba en sus tardes de sombra,
que el pajarillo mínimo, de ojos de penumbra y alitas sin fuerzas
le repetía: vuelve, está mi nido tan triste, tan sin esperanzas...!
Mas no era tan sólo la aspereza de hierro de su garganta postrera,
o el tremolar de lágrimas en frases inconclusas; ni siquiera la risa
que contagia, que envuelve, esa que mana sola, porque el silencio es denso
y lastima, y lacera, y apuñala y se pierde en tantos vericuetos como tiene
la vida..
Tan sólo entonces supo, que las piedras reclaman su lugar en la historia
que las sombras chinescas de los apagones, se pegan al alma, se transforman
en llanto,
que los adoquines no son meras piedras, se vuelven suspiros al menor rasguño.
se vuelven tristeza, y se precipitan en forma de llanto,
que el Sol, con ser astro, sólo tiene el encanto que le brinda el aroma
del café recién colado en las mañanas...
Fue entonces que supo, con toda certeza, que por más que callara
el lamento perenne de sus noches de insomnio, de sus
días de tedio, de sus tardes sin norte,
hay silencios que duelen tan abrumadoramente, que se tornan
en gritos, y rompen con su fuerza las barras de las quimeras.
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