miércoles, 25 de mayo de 2016

Epicentro

Ella lo amaba con toda su energía,
con sus células todas, con toda su ternura,
le entregó sin reservas, su alma que era pura; 
y el sólo se marchaba, cada vez que podía.

La niña no entendía el porqué de su hastío
sentía que se hundía en tormentas de llanto
lo acariciaba todo, le hablaba del quebranto
del corazón sin fuerzas , tan maltrecho y sombrío.

Y él la miraba de reojo, como quien no comprende
 observaba su llanto con desaprobación,
con los ojos muy fríos, sin rastro  de pasión;
y ella hacía  silencio, y lloraba muy tenue.

Así las cosas, un día, murió el amor que sentía,
ella, cual ave Fénix, renació de otro amor,
un amor de ternuras que desbordaba   pasión;
y él se quedó en silencio, vacío y sin alegría...

quedó cual débil dique que contiene el aluvión
de reclamos, de dudas, de intentos y de tretas,
un dique que rezuma ponzoña y  que se agrieta
a causa de los gemidos  de su propio corazón.

Ahora es él  quien se esconde de su propio dolor,
quien persigue y espía, con sus ojos de llanto
quien proclama y maldice con reclamos y  cantos,
el haber conocido y despreciado al amor...

Un amor que era mar, que era cielo y arena,
y ya no le consuela, ni le escucha sus cuitas,
el amor que fue suyo y que ahora le grita:
ya no más silencio, ni hielo, ni cadenas...



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