Se perdió, se fue,
no recuerdo cuándo,
quizás nunca estuvo,
a lo mejor no existió,
fue sólo el fruto
de un sueño,
de tiempos, de presencia,
cuando el durazno aún
se aletargaba en sus
mejillas, y las estrellas
hacían su nido
en el fondo de mis ojos,
quizás lo inventó
la primavera de mis senos,
repletos del rocío que emana
de la ingenuidad,
o la armonía trazada entre
mi vientre y el suyo.
En todo caso, ya no está,
se fue,
el Cid campeador que creía
que existía, ya no está,
se fue con sus cantares y
su coraza para otra parte.
Se fue, se escondió, o nunca
existió.
Pero sí, no es el mismo, claro,
pero existió;
lo sé porque la sierpe
que habita entre sus perlas
manchadas, a veces sale,
silabea improperios,
mezquindades, ruindades,
y después se va, se oculta,
existe, sí, todos lo dicen,
es la Atlántida, pero yo
no lo veo, no lo escucho,
no me estremece, no es quien fuera,
se fue, como la nieve,
presente en mi pasado, y
extinguida en mi presente.
Maritza
no recuerdo cuándo,
quizás nunca estuvo,
a lo mejor no existió,
fue sólo el fruto
de un sueño,
de tiempos, de presencia,
cuando el durazno aún
se aletargaba en sus
mejillas, y las estrellas
hacían su nido
en el fondo de mis ojos,
quizás lo inventó
la primavera de mis senos,
repletos del rocío que emana
de la ingenuidad,
o la armonía trazada entre
mi vientre y el suyo.
En todo caso, ya no está,
se fue,
el Cid campeador que creía
que existía, ya no está,
se fue con sus cantares y
su coraza para otra parte.
Se fue, se escondió, o nunca
existió.
Pero sí, no es el mismo, claro,
pero existió;
lo sé porque la sierpe
que habita entre sus perlas
manchadas, a veces sale,
silabea improperios,
mezquindades, ruindades,
y después se va, se oculta,
existe, sí, todos lo dicen,
es la Atlántida, pero yo
no lo veo, no lo escucho,
no me estremece, no es quien fuera,
se fue, como la nieve,
presente en mi pasado, y
extinguida en mi presente.
Maritza
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