viernes, 5 de abril de 2013

Dejavu

Habían venido desde todos los confines para ver agonizar al monstruo. Les parecía imposible que, finalmente, estuviera sucumbiendo: había estado tantos años ahí...que parecía inmune a la muerte. Y ahora esto, de pronto...El monstruo se moría, no podía mover ni uno sólo de sus potentes atributos, permanecía echado en la ladera del montecito, a la entrada del pueblo. Los niños se habían hecho con varas largas y puntiagudas, y se daban al placer de mortificarlo. El sólo lanzaba miradas apagadas, muchos pensaban que ya ni sabía quién era ni dónde estaba. La gente se había reunido en los alrededores, hacían picnics, se tomaban fotos cerca del moribundo, y hasta habían aparecido por allí los eternos vendedores de todo lo consumible, esperando a que estirara la pata el saurio, para cortar pedacitos de su cuero rugoso para  hacer llaveritos y comercializarlos como recuerdo del tan esperado momento. Nadie se percataba, en medio de la algarabía de locos que, a pesar de toda su quietud, el monstruo intentaba algo, leves estertores de sus ojos cansados delataban su postrer objetivo. Ninguno de los presentes observó que, en el momento del último suspiro de la bestia, un huevo, no muy grande rodó ladera abajo, blanco al sol, activo, desafiante y hermoso. Tampoco vieron a la criatura que, escondida de todos tras los matorrales, salió del mismo, esponjándose, aireándose, con el lago por tocador. Era una bellísima criatura sonriente que se introdujo en medio de los pobladores como si nada, opinando, dando consejos, sirviendo de apoyo, caritativa, servicial.
 Al anochecer, la población en masa votó por ella para ocupar el alto rango, vacante por la muerte del monstruo tirano.

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