Cuando aún vivía en Cuba, había algo que me llamaba poderosamente la atención, en relación con las personas que viajaban desde USA para visitar a sus familiares en el país. Cuando uno está allá, pasando por las precariedades archiconocidas por las que pasamos, ver a una persona llegada desde Estados Unidos es como ver a alguien que viajó desde un particular paraíso hasta un infierno demoledor, nos parecen seres de otro mundo, llenos de privilegios, algunos reales, otros producto de nuestra imaginación, pero igualmente deseados por los que sólo los entreveíamos a través de la cortina de hierro. Por eso, era particularmente curioso para mí percatarme que a ninguno se le veía realmente feliz, todos, sin excepción lucían cansados y frustrados; yo se lo achacaba al impacto que producía en ellos la infeliz situación de nuestra islita, pero guardé en mi mente esa vivencia, y cuando a mi vez pude vivir el exilio fue que comprendí en qué radicaba el misterio.
Los que emigramos desde Cuba nos dividimos en dos grandes grupos: los que salimos por razones políticas y los que lo hacen por razones económicas. Los primeros dejan de ser infelices en cuanto salen de las fronteras cubanas y respiran aires de libertad; los segundos, no tanto. Cuando se está en Cuba, lo único que se piensa es en escapar, apelamos a uno u otro pariente para que nos ayude a salir, hacemos todo tipo de promesas, que a lo más en un año le liquidaremos la deuda en que hayamos incurrido, que trabajaremos día y noche a tal fin, que nos ayuden en la salida y todo lo demás lo resolvemos nosotros...pero una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero...En cuanto llegamos a tierras de libertad y nos percatamos in situ de que no basta con remover una piedra para que salgan los billetes, sino que hay que luchar muy duro, durísimo, de un modo al que no estábamos acostumbrados en Cuba, que es un país en quiebra económica total y donde se suele medrar, vegetar, nunca vivir, y por ende no hay que trabajar mucho, ahí mismo empiezan las quejas del tipo "vine a cumplir el sueño americano porque casi no duermo, me las paso trabajando" "esta no es la yuma, es la llama", etc, etc. Y cuando pasa el año y vemos que hemos podido pagar muy poco de la deuda, que todo se vuelves biles y mas viles, que estamos cansadísimos de tanto trabajar y aún no hemos siquiera empezado a "verla pasar, entonces es que se acrecientan las quejas: " ni sé para qué vine, en Cuba no tenía nada, pero no tenía que trabajar tanto, y de la casa no me botaban por falta de pago porque era mía, además de que podía ir al médico cada vez que quisiera, bla bla bla". Esta es la primera etapa del exiliado cubano, el exiliado económico, y en menor escala, el exiliado político.
Luego viene el viajecito a Cuba, con cara frustrada, cansada, listos para convencerse de que no debieron irse a "pasar tantos trabajos", a pasar unos días con los parientes que allá quedaron. Ahí comienzan las consabidas comparaciones. Todos nos miran como si vieran a personas de otro planeta, nos halagan y alaban, que si estamos tan jóvenes, que si nos vemos tan rozagantes, que los años no pasan por nosotros; miran con mal disimulada ansiedad nuestras ropas, accesorios y bienes materiales de todo tipo. Nosotros, a nuestra vez, lo vemos todo tan feo y acabado que nos parte el corazón, tratamos de que nuestros familiares pasen unos días felices, disfrutando de aquello a lo que no tienen acceso por falta de moneda convertible, pero con unas ganas locas de volvernos a nuestra cotidianidad de fachadas pintadas, de edificios modernos y confortables, de un simple baño público en el que haya papel sanitario, es decir, con unas ganas locas de volver a vivir una vida digna, ganada, sí, con mucho sudor de la frente, pero llena de respeto por lo que es o debe ser la verdadera existencia de cada ser humano, creado a imagen y semejanza del mismísimo Dios.