Con la misma frecuencia que tienen lugar en mi parroquia las ceremonias de bautismo y primeras comuniones, confluyen, en el mar de mis recuerdos, vivencias muy conmovedoras, de las que ayudan a crecer, siempre un peldaño más alto; y otras, no tan reveladoras, de las que te largan a puntapiés, cinco peldaños abajo. Hoy tomaron su Primera Comunión varios niños y niñas en St. Alexius Church, la parroquia de mi pueblo, en un evento lleno de orden, de buenos ensayos, de fervor religioso, como en tantas otras iglesias a las que acudí en mi vida, en el decursar de una emigración que parece no tener final. Y, como "dejavu" repetido, recurrente, aparecieron algunas caras, presumo que de nuevos ricos por su vestimenta y accesorios, que me dieron la paz con ese mismo aire de desdén, de prepotencia, sin mirar a los ojos, con la misma desganada condescendencia con que ya había tropezado en idénticas ceremonias, en nuestras "repúblicas bananeras", y que para mi fue una absoluta novedad en este país en que pocos ricos ostentan lo que tienen, porque lo que les sobra es la clase, misma con que no fueron agraciados nuestros nuevos ricos, en nuestras bananeras repúblicas.
Y como todo lo que uno experimenta, generalmente provoca reflexión, heme aquí considerando algunos apotegmas, como este de Juan Rulfo: "Una dama hermosa y sin señal de corta vista, traía un antojo a la cual dijo: otras le traen por ver más y vuestra merced por ser más vista". (Antojo, gafas). El caso es que, desdichadamente, hemos banalizado, materializado y "ninguneado" todo, absolutamente todo, en este mundo de Dios. Más allá del fervor, de la fe y el amor, que debieran ser los únicos protagonistas en estas ceremonias, están el ceremonial humano, el boato, la parafernalia, la ostentación y la creencia de que somos ombligos del mundo, tan perfectos, que ya lo somos más que el propio Señor Jesús, que desde su pesebre, desde su burro, desde su Cruz, nos mira, nos perdona, nos enseña, nos espera, y nos ama.
Así que, siguiendo con los apotegmas de Rulfo: " Había en Nápoles un sastre que se llamaba fulano Evangelista, al cual dijo: "mudad oficio o nombre; porque sastre y evangelista no puede ser". (El oficio de sastre era propio de judíos), recordemos que no podemos estar en misa y en procesión, tenemos que ser, o no ser; tenemos que creer en Dios, sólo en El, puesto que la ostentación, la prepotencia, el narcisimo, los bienes materiales, no juegan en la misma banca que el Señor. Y, ante todo, tenemos que recordar que, pobres y ricos, listos y tontos, lindos y feos, los que tienen complejo de superioridad, o de inferioridad, los piadosos y los egoístas, los ególatras y los mansos de corazón...todos, absolutamente todos, podemos estar expuestos a estos peligros. No nos creamos nunca "la última coca cola del desierto", no lo somos, cuidado, mucho cuidado, que detrás de cada aparente perfección puede haber una hidra de siete cabezas lista para devorarnos. El único perfecto es Dios, Nuestro Señor Jesús, y ya veis, murió por nosotros, tan imperfectos, tan malos y tan creídos, en una cruz, tinto en Sangre gloriosa, herido de mil maneras, y pidiéndole al Padre que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos. He ahí nuestro único camino, verdad y vida.
Y como todo lo que uno experimenta, generalmente provoca reflexión, heme aquí considerando algunos apotegmas, como este de Juan Rulfo: "Una dama hermosa y sin señal de corta vista, traía un antojo a la cual dijo: otras le traen por ver más y vuestra merced por ser más vista". (Antojo, gafas). El caso es que, desdichadamente, hemos banalizado, materializado y "ninguneado" todo, absolutamente todo, en este mundo de Dios. Más allá del fervor, de la fe y el amor, que debieran ser los únicos protagonistas en estas ceremonias, están el ceremonial humano, el boato, la parafernalia, la ostentación y la creencia de que somos ombligos del mundo, tan perfectos, que ya lo somos más que el propio Señor Jesús, que desde su pesebre, desde su burro, desde su Cruz, nos mira, nos perdona, nos enseña, nos espera, y nos ama.
Así que, siguiendo con los apotegmas de Rulfo: " Había en Nápoles un sastre que se llamaba fulano Evangelista, al cual dijo: "mudad oficio o nombre; porque sastre y evangelista no puede ser". (El oficio de sastre era propio de judíos), recordemos que no podemos estar en misa y en procesión, tenemos que ser, o no ser; tenemos que creer en Dios, sólo en El, puesto que la ostentación, la prepotencia, el narcisimo, los bienes materiales, no juegan en la misma banca que el Señor. Y, ante todo, tenemos que recordar que, pobres y ricos, listos y tontos, lindos y feos, los que tienen complejo de superioridad, o de inferioridad, los piadosos y los egoístas, los ególatras y los mansos de corazón...todos, absolutamente todos, podemos estar expuestos a estos peligros. No nos creamos nunca "la última coca cola del desierto", no lo somos, cuidado, mucho cuidado, que detrás de cada aparente perfección puede haber una hidra de siete cabezas lista para devorarnos. El único perfecto es Dios, Nuestro Señor Jesús, y ya veis, murió por nosotros, tan imperfectos, tan malos y tan creídos, en una cruz, tinto en Sangre gloriosa, herido de mil maneras, y pidiéndole al Padre que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos. He ahí nuestro único camino, verdad y vida.