Hay veredas, y subterráneos por los que el amor transita,
sólo cuenta con su fuerza, en un entorno de matices, que van
desde el rosa, repleto de ilusiones, hasta el magenta en bruto
de las decepciones.
El amor no quisiera conocer de armas, no desea incursionar
en guerras sin sentido; pretender vivir, en un mundo de vándalos,
destilando ambrosía, supurando bondades, dándose,
entregándose al sacrificio.
El amor es ciudadano de un mundo enloquecido; y a pesar de ello,
medra, repta y penetra en los corazones,a punta de halagos y caricias,
usando las manos, y los labios, uniendo las heridas, sanando los oprobios
restañando el crepúsculo.
Aunque a veces, sólo a veces, el amor se cansa, se deshace, necesita
ir de castigo al rincón, en voluntario sacrificio, recuperar fuerzas,
autosanarse de heridas demasiado dolorosas, de esas que sajan el cuerpo,
de lado a lado.
El amor jamás muere, tiene vida eterna, pero como Prometeo,
sufre los desmanes en sus entrañas de coloso, en soliloquio perenne con
las afrentas de terceros, que saben como aniquilarlo, como destruírlo,
sólo por un tiempo.
A veces el amor necesita reparar fuerzas, inventar estrategias,
cubrir sus defensas contra el odio, la mezquindad y las
artimañas de seres viles; por eso se cansa, se amilana y fusiona,
mas luego renace.
Porque el amor, que es puro , no sabe de maldades, a veces
enfrenta dolores sin nombre, amores de plástico, amores de sí mismo;
y entonces casi pierde la batalla, casi se enferma y desaparece,
porque el amor también se cansa y sufre como nadie
en estas batallas.