La culpa es sentimiento que anula,
que eriza la piel y que encoge el alma;
basta ver lo turbio en el cristal y la bruma
en los ojos ,y labios que están sin esperanza
y la inquietud de las manos que escarban
y que escarban; así es la culpa, se cuela,
por el menor resquicio del pecho y el alma.
La culpa es mensajera, y es ave agorera
que enfermarte puede,y robarte la calma.
Sabía que debía hacerlo, lo sabía
casi pensó que a su puerta tocaba
casi le escribió una nota, y casi levantó
el auricular para hacerle una llamada
Sin embargo el miedo, la pereza, el enojo,
el orgullo, y la gente que gritaba y gritaba
en su mente: Crucifícalo!! Crucifícalo!!
quemaban todos los intentos de la que se engañaba:
Será mañana, será ahorita- así se consolaba,
día a día, hora tras hora,minuto a minuto...
el puñal de lo humano del odio, penetraba.
Entonces llegó la aurora del día
en que la muerte se llevó la palma,
ya no habría más intentos, no tendría
que escribir notas, no más llamadas,
no más dudas, ni opciones, quietos el orgullo
y el miedo.Los días serían el remanso
que esperaba, en la futilidad de sus
horas, en la incertidumbre de sus
minutos, en las grietas que dejaran
sus dedos en la piel, en los huesos,
en el alma...
Mas, qué hacer con la culpa,
que le ruge y que le ladra, que la
despierta en las noches y la hostiga
en el alba; alba de un insomnio
que medra y que taladra, y la gente
que grita en su mente ofuscada
Ya está crucificado ese que
tanto extrañas; y se ríen y mofan
de su falta de calma...
Ay, muerte, escúchame, devuélveme
un instante a quien está en tus garras;
líbrame de esta culpa, líbrame de un mañana
envuelta en las sombras-gritaba y gritaba.
Mas la Parca no oía, y el frío de su mirada
taladraba los huesos, de la que así lloraba:
se fue, y ya no puede, corregir su falta,
ella no lo ha perdonado, ni ella fue perdonada.
Por qué dejó que su orgullo, hablara y hablara,
y por qué no corrió a refugiarme en la calma
de quien corrige a tiempo lo que tan mal estaba?
Y la muerte no oye, sólo la mira y calla
desde aquel mausoleo en que su mal descansa
y desde el que ella llora, sin cesar apegada
al frío del granito que le calienta el alma,
pagando por su culpa, loca y avejentada,
muriendo cada día, sin brillo en la mirada,
y pidiendo un perdón que ya nadie escuchaba.