viernes, 7 de junio de 2013

Las renuncias necesarias

En cierta ocasión, una persona me preguntó cuándo escribiría una novela, y le dije que el día que me sintiera lista para hacerlo, que en ese entonces todavía andaba en pañales redaccionales, muy inconforme, disgustada con el estilo de mis escritos, con el vocabulario, etc. Muchos años después perduran la inconformidad y la desazón: no, no creo que escriba nunca una novela, ya casi estoy en la cuarta edad y los vicios literarios persisten, sigo sin sentirme ni medianamente preparada; así que, a otra cosa, mariposa, seguiré entretenida con estas reflexiones y alguna que otra tontería, tal y como hacen muchos que se las pasan jugando barajas, dominó, ajedrez, solo para engatusar a nuestro buen amigo alemán, el Alzhaimer, y que siga de largo, en busca de los menos precavidos.

Las personas todas tenemos uno o varios sueños, y sí que resulta difícil el no poder realizarlos. No vamos a engañarnos, cada una de las metas trazadas que no consigamos llevar a término, traerá consigo su carga de frustración. Es apenas humano este escape, como el de las ollas de presión, para que la tensión se difumine, para que la tristeza se vaya y su lugar lo ocupe un nuevo adarme de sabiduría, de crecimiento. Cuando somos viejitos, como en mi caso, es más fácil conformarse: ya hemos tenido que renunciar a tanto a esta altura del partido, que una raya más no le hace diferencia al tigre! En el caso de los jóvenes duele más, porque la juventud es soberbia, autosuficiente y necia por naturaleza, pero de esa necedad han surgido la mayoría de los adelantos de la ciencia y la técnica, hay que reconocerlo. Sin embargo, en mi caso personal estoy sintiendo una extraña alegría que proviene de la conformidad de reconocer mis limitaciones sin que por ello sufra mi ego, o quiera lanzarme por un barranco, a la par que sigo disfrutando de muchísimas otras cosas simples, sencillas, comunes que me ha dado Dios, con igual regocijo que si de mi ilusoria novela se tratara.

A diario veo personas que van con todo en pos de sus ilusiones, son como trenes llenos de mercancía y a gran velocidad, que arrastran a su paso lo que se ponga por medio. Es bueno luchar por lo que uno desea, son buenos el ánimo y el empuje, siempre que estos no perjudiquen a otras personas,  otras costumbres,  otras rutinas. Es muy importante que vayamos por la vida dando un paso detrás del otro, para no pisotear, reconociendo que mi derecho termina donde empieza el del otro, que no puedo lograr la consecución de mis anhelos mediante el abuso, el chantaje emocional o el desmedro de las buenas costumbres, de la urbanidad y los valores mal entendidos. Esa es una mala novela, por donde quiera que se le mire, y lo mejor será no escribirla.